Marcos Fernández pasó su infancia entre los andenes de las estaciones de Retiro y Constitución. Después de ser víctima de violencia extrema y discriminación se fue a la ciudad costera para empezar una nueva vida. Allí, transformó el dolor y el rencor en motor de la solidaridad.

Marcos es de San Miguel, pero afirma que en Necochea volvió a nacer. De muy chico, por un problema familiar, empezó a vivir en la calle. “Me crié en Constitución, Retiro y Once. Dormía en los trenes, en las estaciones hasta que un día a los 16, después de recibir una tremenda paliza por parte de un grupo de chicos me tomé el tren a la costa”, cuenta a TN.com.ar.
Esos primeros años de vida lo marcaron a fuego: sufrió discriminación, desprecio y también fue víctima de violencia y abusos. “Viví todas las situaciones por las que puede pasar un chico de la calle: dormí tapado con cartones, expuesto a personas que te dicen que te van a dar una mano y terminan lastimándote. Comí basura y me golpeó más de una vez una patota. Estuve lleno de rencor pero pude sanar y transformarlo en ayuda”.
Su infancia transcurrió entrando y saliendo de diferentes hogares de menores. “Antes de llegar a Necochea, pasé por distintas intuiciones. Como me había acostumbrado a vivir en la calle, me escapaba. No me sentía cómodo. En la mayoría me maltrataban, los celadores nos golpeaban o nos obligaban a hacer cosas que no queríamos”.
“A los ocho años, del juzgado que tenía mi expediente me mandaron a un hogar en Necochea. Al tiempo, si bien me trataban bien, tenía miedo de que me ocurriera lo que me había pasado en los otros lugares que me golpearan o abusaran de mí. Por eso, en cuanto pude, me tomé el primer tren y me escapé a Buenos Aires”.
Con menos de diez años, regresó a Constitución. Lo hizo viajando en los estribos del tren. “Al tiempo, me vuelven a capturar en Constitución de donde me llevan al Juzgado y de ahí a un hogar en Villa Elisa de donde me voy con una familia. “Ellos me adoptaron, me dieron todo, pero yo en ese momento era chico y no podía dimensionar lo que estaban haciendo por mí”.
De esa casa también se escapó y volvió a sufrir todo lo que ya había atravesado. “Tratar de comprar algo de comida, las peleas, buscar donde dormir, porque los mismos chicos de la calle, pasados de drogas, o un hombre te lleva con la mentira de darte una familia y abusa de vos. Me tocó vivir muchísimas cosas muy malas”.

Necochea, el lugar donde volvió a nacer
A lo 16 años fue el quiebre que cambió su vida, cuando vendía en los trenes para sobrevivir y una noche, después de trabajar, se quedó dormido en la estación. Una patota lo despertó a golpes: “Decidí escaparme, venirme a Necochea, la única ciudad que se me apareció. Compré los pasajes y me vine todo dolorido, con medio kilo de pan, una frazada y un pantalón en la mochila”, recuerda.
Al llegar a la ciudad se fue a dormir a la playa y a pasar los días en la escollera. Allí iba a pescar todos los días un muchacho que con el tiempo se acercó a él y empezaron a hablar. La primera persona en la que pudo confiar. “Un día me dijo: ‘Loco, no te puedo ver más así. Venite a vivir con mi familia’. Fue la primera casa que tuve en Necochea”.
Paralelamente, empezó a ir a una iglesia evangélica y como en la casa de su amigo había algunos problemas económicos, se mudó al templo a vivir con la familia del pastor. “Viviendo ahí aprendí el oficio de albañilería y pintura mientras estudiaba la primaria”.
Esa familia fue clave en su reconciliación con la sociedad. Fueron ellos los que llamaron al juzgado para contar que se estaba quedando con ellos: “Me formaron y pude fortalecerme, entender muchas cosas. Logré dejar el rencor de lado”.
“A los 17 años después de que esta familia comienza los trámites en el juzgado, me citan para analizar mi causa y me otorgan el permiso para vivir con ellos y la libertad bajo mi responsabilidad”.
Después de salir del juzgado, todavía faltaban algunas horas para que saliera el micro: “Hablé con mi tía con la que seguía en contacto de alguna manera, que vivía en San Miguel y ella me preguntó si quería ver a mi mamá, reencontrarme con ella y mis hermanas y me quedé una semana”.
Hoy Marcos Fernández tiene 37 años y reconoce el amor y la ayuda de diferentes personas que hoy se convirtieron en la familia que eligió en Necochea: “ Dos personas que son como mi papá y mi mamá son Juan y Norma. Los conocí en 2001 y fui educado por ellos también”.
“Volví a nacer a los 16 años, cuando llegue a Necochea, pude valerme por mí mismo. Me tocó pasar por muchas situaciones porque no es fácil crecer, empezar de cero y cambiar de vida”.
En 2012, sentado pensado que podía hacer, aún estando sin trabajo, vivía en una casita de chapa y en forma de gratitud empezó a usar las redes sociales para ayudar a la gente que más lo necesita. “Formé una institución llamada ‘Jóvenes por el pueblo’ con los que juntábamos mercadería para asistir a merenderos. También hacíamos eventos al aire libre con apoyo de artistas de acá, todo para dar una mano”.
Hace tres años es el director y dirigente de Identidad Vecinal, mientras se gana la vida haciendo changas. “No me quise quedar quieto, también trabajé mucho tiempo de remisero. Falta mucho trabajo pero yo siempre me la rebuscaba… me hice el carnet y empecé a manejar”.
La brigada solidaria
En 2017, a través de un amigo, se puso en contacto con quien es dirigente de Identidad Vecinal en La Matanza. “Conoce mi historia y que sabe que mi única preocupación era ayudar a la gente y me dio la oportunidad de estar al frente de la brigada solidaria acá en Necochea”.
“Nuestro trabajo es territorial. Recorro cada rincón de la ciudad, tengo el apoyo de mucha gente y de los medios de comunicación que me dan la oportunidad de llegar a mucha gente. En la pandemia salimos casa por casa y asistimos a 786 familias todo con ayuda de los vecinos, ni partidos políticos ni empresas”.
Mucho más que solo ser solidarios, el compromiso con el otro
Hay un mensaje que Marcos siente que es muy importante dar en medio del contexto social: “Me gustaría decirle a la gente que tengamos todos un poquito más de conciencia. No seamos tan críticos ni discriminatorios. Extendamos la mano porque la única manera de que alguien salga adelante es darle la oportunidad. Los chicos también tienen futuro, no están perdidos. Yo me crié con mucho rencor y esta ciudad me salvó Cuando pensaba que no valía nada, la gente me demostró que valía mucho, que tenía oportunidad y un futuro”.
Por su parte, él formó una familia y tiene cuatro hijos: “Vivo mi vida agradecido por la oportunidad que me dieron y trato de devolver cada día un poquito ayudando a otras familias. Muchas viven en casa de chapa, no tienen baño y es una tristeza que en esta cuidad haya mucha gente que vive con piso de tierra. Yo lo pasé, sé lo que es acostar a tus hijos con hambre y me preocupo para que todos los hogares tengan un plato de comida”.

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