Por: Miguel Abalsamo
Las declaraciones de sus protagonistas reflejan la magnitud del problema:
Alberto Esnaola, histórico dirigente, considera que es tiempo de “hacer alianzas con quienes piensen igual en Necochea”, una frase que pega de lleno en la ACT, tradicional socio político.
Alejandro Bidegain, concejal y presidente del bloque, fue aún más contundente: “El radicalismo parece ir muriendo; hay que ver otras posibilidades”.
Gonzalo Diez, presidente del partido, dejó abierta incluso una posible puerta para un acuerdo con el intendente Arturo Rojas y su espacio Nueva Necochea.
Desde Quequén, Walter Bravo reclamó una autocrítica urgente: “Necesitamos debatir las últimas elecciones y el presente-futuro del radicalismo; las autoridades locales no se dan por enteradas”.
La derrota electoral, la pérdida de representación y la caída de la candidatura de Graciana Maizzani —a más de 2.500 votos de distancia— profundizaron la sensación de crisis. El radicalismo aparece debilitado, sin liderazgos fuertes y con un internismo que parece no encontrar salida.
Mientras tanto, el único foco activo y visible es el subcomité de Quequén, con trabajo social y presencia territorial. El resto del partido permanece ensimismado, sin debate y con cada dirigente atendiendo su propio juego.
En distintos sectores del radicalismo surge con fuerza la pregunta: ¿cómo recuperar no solo el voto de la sociedad, sino también el propio voto radical?
La falta de autocrítica, el desgaste interno y la ausencia de un proyecto claro ponen en duda la capacidad del partido para llegar competitivo a 2027.
El interrogante central que sobrevuela es si llegó la hora de una renovación profunda, con nuevos cuadros al frente, o si será la experiencia la que reclame un rol protagónico para ordenar la interna.
Lo que parece claro es que la UCR local está en un punto límite. Entre la tentación de buscar candidatos por redes sociales y la costumbre de quedarse anclados en glorias pasadas, el radicalismo enfrenta el desafío de reconstruirse o profundizar su caída.
El 2027 aparece en el horizonte. Pero antes, la UCR deberá responder una pregunta clave: ¿está dispuesta a cambiar para sobrevivir?