Por Federico González Chapur* Una tonelada cada dos segundos, 49.300 toneladas por día. En Argentina la producción de residuos es alarmante. Existen -lo que el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación define como “aquellos sitios donde se disponen residuos sólidos de forma indiscriminada, sin control de operación y con escasas medidas de protección ambiental”, 5.000 basurales a cielo abierto. La mayoría revisten carácter formal, lo que desnuda y evidencia la falencia en el tratamiento de los desechos en el país.Lamentablemente Necochea figura entre esos 5.000 BCA y no hay ninguna perspectiva de que la situación en nuestro distrito se modifique. Los residuos, mal llamados “basura”, son un invento exclusivo del ser humano. En todo el mundo natural no existe una especie no humana que los genere de forma lineal como lo hace la sociedad. Por el contrario, la circularidad del sistema natural resulta perfecta. Un ejemplo claro y sencillo sería el primate que, al comer una banana, arroja la cáscara directamente al suelo. Esa cáscara sin empaquetado plástico ni calcomanías de origen, que fue creada por un árbol a partir de los nutrientes que el mismo suelo le dio, regresa a descomponerse nutriendo nuevamente la tierra. Un sistema completamente circular, de regeneración. En cambio, el ser humano, al arrojarla a un tacho de ‘basura’ rompe con esa ciclicidad aislando esa materia orgánica en una bolsa plástica y provocando que esos nutrientes no vuelvan a los suelos. Así, se crea instantáneamente un residuo que antes no existía. Se trata de un ejemplo concreto que alude a los residuos orgánicos que se solucionan mediante el compostaje. Pero el problema se agrava cuando se analizan otros productos inorgánicos como los plásticos. Según la ONU, si la producción de plásticos continuara al ritmo actual, se estima que para 2050 será responsable del 20% del consumo mundial de petróleo. En ese mismo plazo, el Banco Mundial espera que los países de bajos recursos tripliquen sus residuos. Hoy en día, alrededor del 60% del total de plásticos producidos fue desechado y se acumula en rellenos sanitarios o basurales a cielo abierto. Ahora bien, los residuos tampoco se agotan entre descartes de alimentos y plásticos, sino que se suman los residuos de aparatos electrónicos, los cartones, los vidrios, los metales, entre otros. Los basurales a cielo abierto presentan un grave problema ante esta situación. No hay control sobre lo arrojado, tampoco una impermeabilización de los suelos, y muchas veces se encuentran en asentamientos informales donde se termina afectando de manera directa a la salud de las personas. La descomposición de la materia en estos sitios, donde se encuentran concentradas toneladas de distintos residuos en un mismo lugar, genera -entre otros perjuicios- emisión de gases que contribuyen al calentamiento global y un líquido llamado “lixiviado”. Sobre la liberación de “biogás”, el subsector de Residuos Sólidos Urbanos es responsable del 2,5% de las emisiones de gases de efecto invernadero en el país (GEI). Entre los gases liberados se encuentra el metano, que es altamente inflamable. Por otra parte, el líquido lixiviado es producto de la descomposición de materia que, tras las lluvias y el agua que se filtra, arrastra de forma concentrada materiales disueltos, que pueden incluir residuos patógenos y peligrosos que acaban en estos lugares por una gestión inadecuada. La falta de impermeabilización de los suelos y de estudio sobre la localización de estos basurales genera un foco de contaminación muy perjudicial para los ecosistemas, los seres humanos y las demás especies. El lixiviado que arrastra altos niveles de concentración de materia en descomposición junto con materia suspendida que puede tener cualquier procedencia, penetra los suelos y contamina las napas subterráneas como también ríos y arroyos. Además, en los suelos se produce una degradación inmediata que impide el crecimiento de nuevas plantas y especies, al mismo tiempo que se genera el ambiente propicio para la proliferación de enfermedades y vectores. En un mismo sentido, toda la materia arrojada en los BCA (basurales a cielo abierto) conforma un material combustible de alta peligrosidad. La emisión de metano, sumada a los grandes volúmenes de plásticos, maderas, caucho, papeles, metales, entre otros cientos de productos, resulta un sustrato propicio para que se generen incendios. A veces provocados por el ser humano en la quema de “basura” y otras veces de forma natural, las llamas en estos BCA liberan tóxicos a la atmósfera de alta nocividad tanto para la salud respiratoria de las personas y animales, como para la atmósfera en sí, pudiendo provocar asfixia, dolor de garganta, conjuntivitis química, etc. Sustancias que van mucho más allá del CO2, metales pesados como el mercurio, plomo y cromo son liberados inmediatamente al aire en medio de un humo gris oscuro y denso. Los daños e impactos de los basurales a cielo abierto tampoco se agotan en los suelos, el aire, las napas y los cursos de agua, sino que afectan directamente a las personas. Al ser centros de acopio de residuos, por lo general sin control, resulta al mismo tiempo una fuente donde se encuentran materiales reciclables. Son miles las y los trabajadores recuperadores informales que acuden a los BCA ya que su trabajo -hoy en día aún precarizado- se basa en la venta y reciclaje de estos materiales. Sin elementos de protección, supervisión ni un ente que se haga cargo de velar por su seguridad y salud, se exponen a sufrir lesiones, infecciones y enfermedades graves. Las nulas condiciones de higiene y salubridad provocan problemas neurológicos y cáncer, incluyendo también la proliferación del dengue y cólera. Pero no todo tiene un final dramático. Ante el problema de los BCA, donde convergen problemas ambientales, de salud, economía y exclusión social, existen soluciones que mejorarían notablemente estos aspectos. Desde los Estados es importante que se articulen respuestas para eliminar los basurales a cielo abierto, formalizar a los recuperadores informales y mitigar los impactos ambientales y sociales. Así como resulta esencial un rol activo del Estado en la regulación y fomento de la economía circular, en la formalización de los trabajadores recuperadores, en la responsabilidad extendida del productor, en la eliminación de los BCA y en el financiamiento adecuado para la gestión de residuos, también es imperioso que la ciudadanía aporte desde su hogar con una correcta separación de los residuos. Por ejemplo, a través del compostaje, reduciendo en un 50% los residuos y devolviendo a la tierra los nutrientes que ella misma aporta. También con una correcta disposición de los RAEE, promoviendo que aquellos metales pesados puedan ser reutilizados y reciclados y reduciendo la necesidad de extraerlos de nuevo, como también de los RSU permitiendo la circularidad de los plásticos, papeles y cartones. De esta manera, los pocos residuos que quedarían “inutilizables” por el propio ser humano serían un pequeño porcentaje del total generado actualmente, y se les daría la gestión que corresponda.*Periodista de Infobae

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